27 abr 2009


Como una flecha que se desliza con violencia de tus labios las palabras me enfrentan y dan vueltas a través de mi cabeza amenazando con quedarse, lastimosas y también vacías. Con quietud observo junto a un leve rastro de tristeza una figura que se desprende de mis ideas y se posa flotando en el aire a la altura de mis ojos, y tomando la forma de un pequeño guerrero empuñando una espada, con decisión se enfrenta a aquellas monstruosas armas metamórficas que hacen honor a una severa e intolerable voz. Las palabras se quiebran y dejan rastros en el aire que cada vez se siente más helado, mi tranquilidad no supone mis gritos de guerra ni mis ansias de victoria pero su existencia es una realidad, pese a que es una visión que casi ninguna mirada puede captar. Aquel diminuto valiente continúa su lucha y tras una inesperada puñalada vence a su adversario, hasta entonces convertido en un feroz animal. Su sangre se esparce en pequeñas gotas por el aire y luego vuelve a centrarse en la materia de dicho ser vencido, el cual con una lenta suavidad va perdiendo su apariencia y adquiere la forma de un río compuesto por una sustancia rojiza y nebulosa que es ingresada a bocanadas por mi glorioso personaje. El aire comienza a templarse nuevamente y todo aquello se dirige a mí convirtiéndose en una nube poco colorida y traspasándome a la altura de mis pensamientos mientras miro incesantemente con mis ojos bizcos. Otro recuerdo mas encuentra reparo en mi memoria, y sin más que actuar caigo en la cuenta de cuantos rostros estaban presentes, todos con expresiones distintas, pero pese a sus diferencias, no hubo quién haya siquiera sospechado frente a alguna que otra de mis muecas.

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